martes, septiembre 05, 2006


Sucedió en la calle de Moneda (III)
Al octavo día se fueron los antropólogos. El arquitecto Valencia ordenó a los albañiles quitar los plásticos y enseguida rellenar las cepas y zanjas, donde ahora al descubierto se aparecieron unas escalinatas de tezontle rojo y piedra que conducían a un boquete, como mini cenote sagrado, lleno de las lluvias nocturnas. El boquete quedaba verticalmente muy por debajo de la habitación de las apariciones, donde Camilo velaba sus noches.
Ese día los albañiles sólo alcanzaron a rellenar de tierra y cascajo las zanjas, dejando para otra ocasión la extracción del agua putrefacta del pozo y luego recubrir las escalinatas. En tanto, Camilo se sentía inútil extrañando su oficio de albañil. En cuanto se fueron sus compañeros -serían las seis de la tarde- empezó a preparar en unos botes cuadrados de lámina la mezcla de yeso blanco de España. La inteción o terquedad era resanar de una vez por todas y en definitiva esa pared gris, porosa y húmeda. Para cuando terminó de hacer la mezcla, volteó hacia el pozo de agua hedionda. Miró que salía un manantial de luz blanca mortecina ascendiendo hasta el primer piso. Apenas oscurecía, por eso se veía tenue.
Subió algo apresurado el primer bote con la mezcla. Lo dejó en la habitación. Bajó por el segundo. Ya no estaba ahí. Volteó nuevamente hacia el pozo: la luz blanca se notaba más conforme avanzaba la noche. Antes de subir y trabajar en el resanado fue por su herramienta. Una vez en el primer piso, notó que en el quicio de la puerta se hallaba el bote desaparecido instantes antes. Se acercó y lo encontró vacío. No le tomó mayor importancia, pues su obstinación era quedar bien consigo mismo y terminar de resanar la pared gris, porosa y húmeda.
Más allá de la medianoche por fin pudo terminar su obra inconclusa. esta vez esperaría despierto para cerciorarse de lo que estaba por suceder. De pronto, la habitación se iluminó de una luz blanca y pálida. Camilo abrió bien los ojos ya soñolientos. Perplejo, volvió a ver el blanco rostro como la cal de una mujer envuelto a trasluz por hojarascas otoñales. El rostro blanquecino abrió los párpados para mostrar unas cuencas vacías. Camilo retrocedió hasta el umbral de la puerta. Se paralizó al oir que de nuevo se desmoronaba instantáneamente el aplanado. En ella sólo quedaba el rostro de la mujer como intentando salir de la pared, como queriendo liberarse de una prisión eterna.
Camilo se hincó para místicamente rezar e implorar por su vida: "Tu bebedor nocturno, ¿por qué te haces de rogar? Ponte tu disfraz, ponte tu ropaje de oro? Oh, mi Dios, tu agua de piedras preciosas ha descendido;{...} Quizá desaparezca, quizá desaparezca y me destruya yo; {...} Me regocijaré si algo madura primero, si puedo decir que ha nacido el caudillo de la guerra..." Sacó de entre sus ropas una estampita de una imagen religiosa, ¿tal vez San Judas Tadeo, el de las causas difíciles?. De nada sirvió. el miedo pudo más. Entonces, los labios de la mujer se abrieron sin mostrar dientes ni lengua. Se escuchó una voz suplicante: "Necesito tu piel para liberarme de esta prisión".
Al siguiente día por la mañana, los primeros albañiles que llegaron, encontraron el cuerpo desollado de su colega Camilo, ocupando el fondo del mini cenote, en lugar del agua putrefacta que todavía estaba ayer. En la habitación del primer piso estaba la mezcla fresca y desmoronada al borde de la pared gris, porosa y húmeda, donde se percibía la silueta de la imagen petrificada del blanco rostro como la cal de una mujer, envuelto por hojarascas otoñales.
Por la tarde de ese mismo día (un 18 de febrero), el INAH citó a los medios de comunicación a una conferencia de prensa para informar a la opinión pública de los hallazgos encontrados en la remodelación del edificio de la Imprenta Juan Pablos, en la calle de Moneda. Además aclararon que las reliquias, la tumba y las ofrendas funerarias prehispánicas no tenían nada que ver con la muerte de algunos albañiles de la obra, como se rumoraba y "tampoco tiene relación alguna la imagen de un rostro blanco de mujer,esbozado por la humedad en la pared de una habitación, con respecto a la figura de piedra, semicubierta por madera, que representa al dios azteca de la primavera y de la lluvia nocturna bienhechora, nuestro señor el desollado: Xipetotec".