martes, abril 04, 2006

Sucedió en la calle de Moneda(II)
Afuera en la calle se apagaban poco a poco los murmullos cotidianos. El silencio crecía al compás de la noche. Todo era tranquilidad para el abañil-velador. Antes de irse a "dormir" se le cocurrió darse una última vuelta por el primer y segundo pisos para cerciorarse de la calma y confirmar el "aquí no pasa nada". Subió pausadamente los escalones. Preparó el arma sólo para prevenir. Tomó aliento para darse ánimo y entrar a la habitación de las apariciones de la mujer de rostro blanco como la cal, envuelto por hojarascas otoñales.
No tuvo tiempo de siquiera disparar al aire. En cuantro entró a la habitación, se iluminó por esa luz blanca mortecina que significacaba la aparición de la mujer. Cayó fulminado sobre el piso cuandio vio que abría los ojos, con una mirada que se perdía en la profundidad de sus cuencas, y movía los labios pronunciando imperceptiblemente algo.
Al día siguiente los albañiles se negaron a trabajar cuando supieron de la muerte de otro de sus colegas. Esperararon la llegada del arquitecro Valencia y del maestro de obra Macario. Parecía un motín cuando llegó el arquitecto y le increpearon entre gritos y jalones que no iban a trabajar ni un día más en la remoldelación de la Imprenta Juan Pablos hasta que alguien investigara las misteriosas muertes. Este último caso se volvió policíaco, pues la mayoría de los trabajadores pensaban que eran asesinatos y no simples muertes por infarto al corazón.
El arquitecto amenazó con despedir a todos los albañiles si no se reintegraban de inmediato a su trabajo y setenció que si en una hora no reflexionaban su actitud, contratararía para mañana a otros 30, pues no faltaría quien desera un empleo. De entre la discusión a gritos surgió Camilo. Fue el primero en entrar al edificio en remodelación. Atrás de él se escucharon los gritos de "esquirol" y "traidor" por parte de sus compañeros. Al poco rato, algunos lo siguieron y más tarde los demás. Al arquitecto se le dibujó una sonrisa triunfalista en su cara.
Lo primero que hizo Camilo, fue irse directo a la habitación del primer piso donde había trabajado los dos días anteriores. Ahí encontró el cuerpo del albañil tapado con una sábana blanca y por encima una infaltable estampita de la virgen de Guadalupe que alguien puso como señal de bendición. Camilo también vio como una vez más el resanado estaba al borde de la pared que volvía a ser gris, porosa y húmeda. La contemplaba incrédulo y como ido de este mundo cuando el arquitecto Valencia llegó a la habitación con tres personas: un judicial, un agente del Ministerio Público y un arqueólogo.
Al judicial se le ordenó que abriera una investigación policiaca; al agente del MP que levantara el acta correspondiente y deslindara responsabilidades; por su parte, al arqueólogo del INAH se le encomendó buscar algún indicio que pudiese explicar los rumores, cada vez más insistentes de los albañiles, de que "aquí espantan". Aprovechando la presencia de Camilo en la otra habitación, el arquitecto Valencia le agradeció su "acto de apoyo" y le encomendó la tarea de nuevo velador, al juzgar por los restos del aplanado mal hecho. No hacía falta buscar una explicación: "¡Olvídese de esa pared!", ordenó el arquitecto.
A Camilo no le molestó en absoluto, ni tampoco reprochó su nueva función en la obra, al contrario, le inquietó más por curiosidad que por interés morboso. Pero sobre todo por amor propio. Su conciencia le sugirió aceptar la propuesta sin llamar la atención de sus colegas.
Fueron tres noches de vela o de insomnio excitante por parte de Camilo como velador dentro de la habitación misteriosa. No pasó nada. Mientras, en el patio principal empezaron unas excavaciones extrañas sin el trabajo de los albañiles. El patio había sido acordonado y tapado con gigantescos plásticos grises y negros. Entre zanjas y cepas abiertas con especial cuidado, un equipo de arqueólogos y antropólogos buscaban, sigilosos, vestigios prehispánicos.
Pasaron siete días y siete noches. los científicos encontraron al séptimo día osamentas, vasijas de barro, collares de jade y obsidiana, pendientes de oro, algunos idolillos y una rara figura de piedra tallada a mano y semicubierta de una fina madera. Todas eran piezas aztecas que se levaron para analizarlas. De tal descubrimiento sólo avisaron al arquitecto Valencia, que no sospechaba de este acontecimiento pudiera tener relación alguna con las muertes registradas en la Imprenta Juan Pablos.
Efectivamente, era una semana completa y se había vuelto a saber de muertes en tanto se efectuaron las excavaciones. Ni se había vuelto aparecer la mujer de blanco rostro de cal cubierta por hojarascas otoñales. Tal vez sería porque la pared gris, porosa y húmeda continuaba sin resanarse.